Bodas de sangre, de Federico García Lorca, dirigida por José Carlos Plaza.
Por Miguel Gómez Losada
"Un cuadro es un objeto físico, y ponerse frente a él es una experiencia corpórea, una presentación directa sin intermediarios" Esta alusión a la pintura extraída de los contenidos de este taller también vale para el teatro, la danza, performances, muestras escénicas de diversa índole o la música en vivo.
Como actividad del taller fuímos a ver el ensayo general de Bodas de sangre el día 12 de enero, en el Teatro Central de Sevilla, por cortesía de nuestro amigo y actor cordobés Luis Rallo, que encarnó con veracidad a -el novio-, transmitiendo ilusión en el día de la boda, y luego sufrimiento por el amor perdido.
(La novia, a la madre del novio) : ¡Porque yo me fui con el otro, me fui! (Con angustia) Tú también te hubieras ido. Yo era una mujer quemada, llena de llagas por dentro y por fuera, y tu hijo era un poquito de agua de la que yo esperaba hijos, tierra, salud; pero el otro era un río oscuro, lleno de ramas, que acercaba a mí el rumor de sus juncos y su cantar entre dientes. Y yo corría con tu hijo que era como un niñito de agua, frío, y el otro me mandaba cientos de pájaros que me impedían el andar y que dejaban escarcha sobre mis heridas de pobre mujer marchita, de muchacha acariciada por el fuego. Yo no quería, ¡óyelo bien!; yo no quería, ¡óyelo bien!. Yo no quería. ¡Tu hijo era mi fin y yo no lo he engañado, pero el brazo del otro me arrastró como un golpe de mar, como la cabezada de un mulo, y me hubiera arrastrado siempre, siempre, siempre, siempre, aunque hubiera sido vieja y todos los hijos de tu hijo me hubiesen agarrado de los cabellos!
En esta foto podemos ver de espalda a José Carlos Plaza (pelo blanco), director de la obra, que supo trasladar a la escena -sin pérdida de emoción- la hondura del texto de Lorca, basado en el crimen de Níjar ocurrido en 1928. Plaza agradeció al público su asistencia por haber venido "aun en día de lluvia", subrayando también que la obra recogía el texto íntegro de Bodas de sangre. Un sobresaliente a la adaptación, por las elipsis y fluidez en la narración teatral, así como por las metáforas visuales para explicar la muerte, tratando la simbología del color rojo con inteligencia y medida (evitando redundar con el que ya va implícito en la palabra -sangre-).
Parte de la escenografía era un claro de luz última entre las nubes, dando a toda la obra esa sensación de angustia primigenia que sentimos en el paso de la tarde a la noche, que se manifiesta también en el piar desconsolado de los pájaros escondidos en los árboles, en la inquietud de las bestias de cuadra, o en el aullido coral de los perros abandonados en las cunetas.
Esa acertadísima luz de -cielo final- ya era un anticipo del desenlace, del amor arrancado y de la muerte.
Felicidades desde este taller de creación pictórica para el talentoso director, responsable también de la escenografía junto a Francisco Leal. Muy bien Mariano Díaz por la música original, que evitó el exceso de regionalismo, consiguiendo que los cánticos sonaran proféticos, presagiando así el trágico final, todo ello sin que la música eclipsara el trabajo de los actores.
Felicidades para Cristina Hoyos por la coreografía, que tampoco sobreactuó el concepto -Sur de España- en ninguno de los bailes. Igual para Pedro Moreno por el vestuario atemporal, o dicho de otra forma, siempre actual.
Toda la obra explicaba la Andalucía profunda sin caer en la tentación de la iconografía sabida, es decir, despertó el "andalucismo" a través de sensaciones íntimas que no estaban en la obra pero sí dormidas en el imaginario de todos: evocaciones como el olor a cal y a paja -sin brisa ni viento- del interior de un cortijo; el microclima frío al asomarse a un pozo; o la desorientación en la geometría infinita del sembrado. Bodas de sangre en manos de José Carlos Plaza es un retrato rural y esencial de Andalucía, esa tierra donde los grillos relevan a las chicharras en un canto eterno, y constante, interrumpido sólo por alguna moto de pueblo o algún ladrido en la lejanía.
Con Ana Aydillo y las hermanas Esmeralda y Minerva Parra Peralbo, esperando ilusionados que comenzara la obra.
En esta foto Consuelo Trujillo y Luis Rallo, excelentes. Y al fondo la emocionante escenografía crepuscular, imprimiendo esa angustia primigenia "fin del día" durante toda la obra, más lograda que la grieta del suelo, metáfora algo exagerada y fácil del amor roto, imagen que también se proyectó invertida en el cielo, restando eternidad al "sol que no baja" del atardecer continuo que ya había. Quizá este detalle fue lo único mejorable, aunque la iluminación de los actores fue perfecta.
Desde este taller, gracias.